Un Aljibe con algas

            Hace calor, un calor como nunca hemos sufrido antes. No es cierto, pero siempre que hace este calor tan sofocante nos sentimos vírgenes y es como la primera vez. No nos acordamos ya de otros veranos, otros agostos en la Cuesta del Moro, en esta Extremadura, extrema y dura, aquí en La Cuesta, en la solana de un monte que se arrisca en encinar hasta la ribera del Montemayor. Otros veranos se han refrescado con otoños, inviernos y primaveras y ahora es como si nunca nos hubiéramos sentido así, sofocados por el agosto y la sequía, rodeados de matojos a medio comer por los burros de La Cuesta: Moro, África y su hija Taifa, la yegua sin nombre de Germán y la oveja superviviente del rebaño que con tantos trabajos trató de mantener Pedro a salvo de jaurías de perros, zorros oportunistas y enjambres de moscas carniceras. Ahora, este 5 de agosto amarillo y quemado por el sol, se desliza pegajoso de sudor de siesta en espera del airecillo que se levanta por las tardes para prolongar un día más la agonía del verano.

            Aquí no hay más agua que la que pudimos recoger en nuestro aljibe con las persistentes lluvias del invierno, menos mal que estuvo el año pródigo y el Montemayor aún lleva agua en su cauce, casi siempre seco por estas fechas. Tan pródigo estuvo el año que se llenaron los depósitos y el aljibe y ahora tenemos agua para regar nuestro pequeño huerto de tomates, pimientos y berenjenas y nos podemos dar incluso un chapuzón como guarros en su charca en los momentos en que no resistimos más el calor.

            El problema del agua en La Cuesta del Moro, es un problema que va más allá de lo meteorológico y tiene que ver con la insolidaridad de nuestros “amables” vecinos que disfrutan de agua corriente para dar de beber a sus animales, pero que a nosotros nos niegan. La historia es larga y ahora no es el momento de contarla pero la resumiré en pocas palabras.

            Hace años, cuando aún no habíamos encontrado nuestro paraíso particular en la Cuesta del Moro, los vecinos del camino de Los Cuellos, que es el carril de 5 kilómetros que muere en nuestra finca, formaron una cooperativa para traer agua a sus tierras. El agua y el camino son públicos y la conducción es privada, así que cuando llegamos, quisimos formar parte de la cooperativa aportando lo que nos correspondiera. Pero los vecinos se negaron y el ayuntamiento, que debería protegernos, al fin y al cabo estamos empadronados en la localidad, prefirió no intervenir y dejarnos abandonados a nuestra suerte.

            Así estamos ahora, después de casi 5 años, a merced de la lluvia y de algunos amigos que nos dejan su agua. Pero es un trabajo atroz, transportar el agua en depósitos por caminos difíciles, cuando la conducción del agua pública pasa a escasos metros de nuestra finca. La insolidaridad y el caciquismo se conjugan en estas tierras para dar su mejor acogida al forastero.

            ¡Qué horror! Pensarán… ¿Cómo no se han rendido? Calor sofocante en verano, frío helador en invierno, lluvias y sequía, campos arriscados y pendientes de vértigo  y además mala vecindad y sin agua… ¿Por qué no buscaron un paraje menos abrupto, un ambiente más acogedor?

            La razón es bien sencilla: Esto es un paraíso.

            La Cuesta del Moro es un paraje maravilloso. Nuestra casa está en la cima de un monte desde donde se divisa un paisaje espectacular. A nuestro alrededor en kilómetros y kilómetros a la redonda sólo vemos casitas lejanas y perdidas en los montes  que nos circundan. El pueblo, Fuentes de León, está al final de un carril de 5 kilómetros y si nuestros vecinos son la mayoría insolidarios y caciquiles, hemos encontrado también grandes amigos que nos ayudan y reconfortan.

            Además aquí tenemos todo lo que podemos necesitar, tranquilidad, naturaleza en estado puro, trabajo gratificante, belleza y paz. Aprendemos cada día lo que vale abrir el grifo y no preocuparnos por la cantidad de agua que gastamos como hacemos en las ciudades y a valorar las comodidades y el alto precio que estamos dispuestos a pagar por mantenerlas. Aprendemos a vivir con sencillez, apreciando lo necesario y lo superfluo. Y aunque no queremos prescindir de nada, sabemos vivir con casi nada.

            Y además tenemos nuestro aljibe con algas.

            Este año empezamos el verano con nuestro aljibe a rebosar. Poco a poco se ha ido vaciando: Pequeñas grietas de una mala construcción, un filtro defectuoso y el gasto para el riego lo han ido vaciando. Ahora el agua apenas nos llega a la cintura, pero tenemos depuradora, que usamos con moderación porque tampoco tenemos electricidad y sólo nos servimos de un generador a gasolina, la cloramos, también con moderación y no somos demasiado escrupulosos.

            En conclusión con nuestro aljibe nos sentimos tan felices como cochinos en un charco y esto no es una metáfora.

            Nada de algo tan aburrido como bañarse y ponerse al sol. La caza de avispas y la limpieza de las algas del fondo y las paredes forman parte de la actividad del baño. La verdad es que no nos aburrimos.

            Ahora que están tan de moda las terapias como apellido de casi cualquier actividad, nosotros las tenemos todas en nuestra finca.

            Y siguiendo con las nuevas modas, en talasoterapia los baños con algas y arcilla son un tratamiento apreciado y nosotros tenemos nuestro aljibe con algas para disfrutar todo lo que queramos.

            ¿Qué más podemos pedir?