Nertóbriga y Capote

        Germán es un ganadero muy particular, el campo no es sólo su fábrica de criar jamones, carne y pollos, sino también un lugar que conoce y que ama. No a todos los agricultores y ganaderos les gusta el campo, pero a él sí. No cambiaría estas sierras por ningún lugar del mundo. Cuando se va de vacaciones, pocas veces, no se pueden descuidar los animales, termina añorando su paisaje y quiere volver cuanto antes.

            A él y a su familia: Inma y los niños, le debemos el agua, la amistad y conocer muchas costumbres y lugares de la sierra.

            Un día nos descubrió Nertóbriga.

            Recorrimos caminos de la sierra que no sabríamos recordar y cuando ya nos creíamos casi perdidos, apareció un tesoro enterrado entre matojos y piedras: el poblado romano de Nertóbriga.

            La sensación de pisar un yacimiento aún no excavado, ni clasificado por arqueólogos, historiadores y demás especialistas… y por supuesto aún no visitado por el público, es misteriosa y embriagadora. Es como si fuésemos los descubridores del tesoro secreto de un pasado, como si nadie más hubiese tocado antes esas piedras y tendiéramos un puente en el tiempo entre sus antiguos habitantes y nosotros.

            Al principio no ves nada, cuatro piedras diseminadas en un encinar que pueden confundirse con formaciones naturales. Luego, guiados por la sabiduría de nuestro amigo, empezamos a distinguir cimientos de casas, trazados de calles, restos de cerámica y tejas, antiguos aljibes y poco a poco el poblado, casi ciudad, se dibuja ante nuestros asombrados ojos.

            Cuando la mirada ya había contenido y comprendido el contorno de Nertóbriga, Germán nos condujo hacía un lugar que aún no habíamos visto y de pronto, como quien descorre el telón de un escenario nos enseñó lo más llamativo del yacimiento. Ahí, frente a nosotros se alzaba, desafiando al tiempo, el paredón de un acueducto. Esta vez si que no hacían falta explicaciones porque, sin necesidad de reconstrucciones y de carteles indicadores, podíamos apreciarlo en su solemnidad antigua como si no hubieran pasado los siglos por él.
            -¿Cómo es posible que esta maravilla se deje así, sin proteger ni cuidar?- pregunté yo.

            Germán, que conoce su tierra y a sus habitantes, me respondió impasible – Hay muchos como éste, tantos que no hay dinero para todos. Sólo se excavan los más importantes. La sierra está llena de yacimientos que se están perdiendo en su mayoría. Si fueran restos celtas… Ya iremos otro día a un poblado celta que sí se ha excavado y se puede visitar.

            Y al poco fuimos al poblado celta de Capote.

            Yo estudié Historia, pero como Nertóbriga, tampoco me sonaba el nombre de Capote y sin embargo es un yacimiento espectacular y una visita muy agradable de hacer.

            El yacimiento celta está en el término de Higuera la Real, lindando ya con Extremadura.

            El castro está enclavado sobre un promontorio y rodeado de un río que aseguraba su defensa. El itinerario de la visita está muy bien concebido, primero se pasa a un pequeño museo que introduce a los visitantes en la cultura y las características principales del yacimiento. Luego, equipados con gorra y protección solar, hicimos el recorrido mientras, entre Germán y mi modesta colaboración, al fin y al cabo hace siglos que estudié la carrera, tratamos de desentrañar el misterio de la vida cotidiana de sus habitantes.

            Estábamos solos entre las piedras, los niños corrían por calles centenarias y se asomaban a los restos de dinteles que tal vez habían resguardado a madres que despedían a sus hijos ¿Irían al cole los niños celtas? Seguro que no estarían tan consentidos como los nuestros que no paraban de pelearse y gritar.

            Traté de abstraerme y viajar en el tiempo y por un momento, los niños que gritaban no eran Maxim, Inma y Pablo, eran los otros, los antiguos que se perseguían interminablemente por las callejas.

            Otros días, otros descubrimientos… Cada vez que salimos, o casi cada vez, encontrábamos restos de otros tiempos: Un aljibe romano, una tejas, un trozo de enlosado, una vasija rota… Lo mejor estará en las casas de los ricos hacendados extremeños con algún yacimiento incrustado en sus tierras.

            Hasta hemos participado en la excavación de las cuevas de Fuentes de León, al pie de la ladera de La Cuesta del Moro. Nuestro primer verano, cuando llegaron los especialistas en su anual campaña, aparecimos por allí para presentarnos y curiosear un poco y fuimos admitidos como ayudantes. Había que ver a Maxim, absolutamente concentrado en la tarea de identificar pequeños huesecillos humanos y restos de carbón. Con sólo 7 años fue felicitado por el equipo,  nombrado “Maxim, el buscador de huesos” y recompensado con varios pequeños restos de sus hallazgos por su cumpleaños el 14 de agosto.

            Por último, en la ladera frontera a nuestra finca se yergue la fortaleza del Castillo del Cuerno, territorio en el límite de las tierras moras y cristianas. Probablemente por eso nuestras tierras se llaman “Paraje de la Cuesta del Moro”.

            Así que, miremos dónde miremos, admiremos el paisaje que admiremos, vayamos  dónde vayamos, pisemos dónde pisemos… esta es una tierra que ha sido mirada, admirada, recorrida y pisada por muchos y diferentes pueblos: Primitivos prehistóricos, celtas, iberos, romanos y moros… Para ser finalmente colonizada por cristianos viejos de León y órdenes militares como las de Calatrava y los Templarios. Desde arriba nos mira el monasterio de Tentudía.

            Detén tu día y quédate aquí, parece decirnos desde su altura. Y aquí estamos.